3000. Años De Historia
Pueblo que no sabe su historia es pueblo condenado
a irrevocable muerte; puede producir blillantes
individualidades aisladas, rasgos de pasión,de
ingenio y hasta de genio, pero será como
relámpagos que acrecentarán más y más la
lobreguez de la noche.
Marcelino Menéndez Pelayo

La primera referencia escrita que ha llegado a nosotros, en el que se cita al pueblo Cántabro se remonta a 200 años antes de Cristo. Su autor, el historiador romano Marco Porcio Catón, afirma que el Río Ebro nace en territorio de los Cántabros. A partir de aquel momento, las citas sobres Cántabros y Cantabria se sucede ininterrumpidamente hasta los tiempos de la dominación Romana, continuando después a lo largo de todo el imperio y el posterior reino de los visigodos. La fama del pueblo Cántabro está corroborada por las casi ciento cincuenta referencias que sobre él aparecen en los textos griegos y latinos, tanto históricos y geográficos como literarios, conservados. La razón suprema de aquella celebridad fue la tenaz y heroica resistencia que mantuvieron contra los ejércitos romanos por espacio de más de diez años, en desesperada defensa por su independencia y libertad. Por supuesto, era el más conocido de los pueblos del Norte de España, hasta el punto de que los romanos bautizaron con su nombre a todo el mar que baña la costa septentrional de la península. Aunque administrativamente sometido a los invasores, el pueblo Cántabro no perdió su identidad, como demuestran, sin lugar a dudas, los testimonios epigráficos que han llegado hasta nosotros, en donde, generalmente, aparece constancia de que quienes los elevaron pertenecían a la nación Cántabra. Paralelamente, existen numerosas evidencias de que mantuvieron en gran medida sus costumbres, instituciones y creencias ancestrales, hasta el punto de que, aunque la mayoría de los restantes pueblos hispanos perdieron su identidad anterior a lo largo de la dominación romana, los Cántabros lograron mantenerla. A la caída del imperio, este pueblo dio tan claras muestras de vitalidad como para asumir el radical protagonismo histórico de recuperar su vieja independencia frente al reino visigodo. Parece que eran buenos artesanos en la forja de hierro y en las técnicas de la madera. En su ajuar guerrero figuraban armas y adornos similares a las de otro pueblos Celtas de la meseta (espadas tipo Bernorio, puñales de antenas, fíbulas de doble resorte...), junto a elementos comunes a otros pueblos peninsulares, como la caetra o pequeño escudo redondo y los dardos y jabalinas, en cuyo manejo eran maestros. Por lo que se refiere a los cultos religiosos, parece que en la Cantabria prerromana se adoraba a una diosa madre, que después, en época romana, fue designada con el propio nombre del país, es decir, Cantabria. Posiblemente a ella, identificada con la luna, era a quien se rendía culto con animadas danzas y festejos en la noches de plenilunio, según nos cuenta Estrabón. Existía también un dios de la guerra, identificado más tarde con el Marte latino, a quien los Cántabros ofrecían en holocausto caballos y prisioneros. La sangre caliente de los primeros era bebida ritualmente por los individuos de la tribu Cántabra de los concanos, según diversos testimonios. Había , además, un dios de la tormenta, que más tarde parece designarse con el nombre de Júpiter Cantabricus, al que se dedicaban hachas votivas en los lugares donde caían los rayos. Otros dioses locales, cuyo nombre conocemos, aunque no sus atributos, eran Cabuniegino y Erudino. También sabemos que los Cántabros veneraban las cumbres de ciertas montañas, las fuentes, los ríos y otros elementos naturaleza. A los difuntos, que normalmente debían ser incinerados, si había muerto heroicamente en el combate se les daba un trato especial, dejando que su cuerpo fuera despedazado por los buitres, con el fin de que el alma pudiera emigrar al cielo con mayor premura. Esta costumbre es la que parece estar representada en la famosa estela de Zurita. Normalmente, los Cántabros habitaban en poblados fortificados sobre un alto; es lo que se domina<<castro>>. En el sur de Cantabria, donde tales fortalezas fueron objetos de mayor atención en razón de la defensa del país, conocemos magníficos ejemplares, como peñas Amaya, monte Cildá, monte Bernorio y otros en la región de Campóo.